Los
guardianes del cemento
No eran buenos tiempos para la lírica…
Los desatinos, entuertos y malicias habían acabado por estropearlo todo. La
ambición desmedida de unos cuantos y la falta de visión de casi todos acabaron con
lo poco de humano que nos quedaba.
Será mejor empezar por el principio…
La locura se había adueñado de los
gobernantes, no habíamos agotado aun la primera decena del milenio y un puñado
de políticos corruptos se habían dejado seducir por el becerro de oro, y los
que no participaron directamente del festín, simplemente miraban hacia otra
parte.
Con la consigna del “todo vale” se dejó a
la deriva el raciocinio que fue abordado por los piratas. Las esferas
financieras cada día tenían más poder, disponían de los medios para poner patas
arriba el sistema y lo hicieron.
Nos hicieron creer que podíamos aspirar a
todo, siempre y cuando lo hiciésemos con su colaboración y a favor de sus
intereses. Nos empujaron hacia una espiral de consumo jamás vista.
Nos convencían de lo fácil que era todo y
como los vendedores de droga nos fueron haciendo dependientes de su dinero, de
nuestro dinero puesto en sus manos por los zafios gobernantes que nos habían
tocado en suerte y cada vez la dependencia era mayor. Nos drogaron como a los
niños de la guerra para estimular nuestra valentía y coraje, para anular
nuestra voluntad y envilecernos hasta extremos nunca imaginados.
No satisfechos del todo, buscaban una
manera más rápida para enriquecerse y se inventaban las guerras que sostenían
las empresas de armas en las que los intereses se entrecruzaban. Empresas
participadas por los bancos, bancos participados por las empresas y la desidia
y acomodo de los que tenían que velar porque las cosas se hiciesen bien.
Elevaban a los altares a sanguinarios
dictadores para luego combatirlos en nombre de la humanidad, y en ambos casos
lo hacían con los recursos que tomaban sin pudor de las arcas de lo común
buscando enriquecerse cada vez más desviando presupuestos de sanidad o
educación a absurdas campañas militares y todo ello con el beneplácito de las
marionetas que constituían el estado en descomposición.
Jueces al servicio de los intereses
políticos que servían a su vez a los intereses financieros. Justicia implacable
con los parias y complaciente con el poder,
delincuentes de Armani y lujo, paseando su desfachatez gracias al
concurso de hábiles abogados, jueces de mantequilla y políticos miopes.
Fomentaron el consumo sin explicar que
las zapatillas, las camisetas o teléfonos móviles los hacían niños, mujeres,
ancianos que vivían en esclavitud por poco más de un plato de arroz al día,
trabajando jornadas interminables. El estado del bienestar erigido sobre los
muertos, los esclavos, el hambre, las violaciones de los derechos humanos y con
el acuerdo de los sindicatos del lado rico del mundo, capaces de paralizar el
país por un quítame de allí una línea del convenio colectivo y sin embargo
cobardes a la hora de denunciar lo que realmente estaba sangrando el sistema,
mantenido por ellos mismos en aras de sus intereses.
No contentos con ese estado de cosas,
cuando la bomba que ellos mismos habían amartillado explotó volvieron otra vez
a demostrar de qué lado estaban. Gobiernos mundiales acudiendo en auxilio de
los bancos que habían provocado el caos. Caos por otro lado anunciado por
afónicos visionarios que fueron
acallados utilizando todas las armas a su alcance: la prensa, la radio, la
televisión, la cárcel, la deportación o el exilio y que aun hoy, cuando las
verdaderas causas empiezan a estar claras para casi todos, siguen silenciando.
En los momentos más peligrosos del
proceso se dedicaron, todos, a distraer la atención sobre los problemas
discutiendo los matices políticos que se podrían adoptar, la pertinencia y
oportunidad de las medidas y las recriminaciones políticas de baja intensidad,
obviando hablar del verdadero problema, silentes a la realidad con el único fin
de seguir adorando al becerro de oro.
La situación no hizo más que empeorar
¡qué esperaban! Y entonces recrudecieron las críticas políticas de uno y otro
bando y se instauró el más brutal “sálvese quién pueda”.
Los funcionarios presumían que el
problema no iba con ellos, no pasaba nada si las fábricas, comercios y hoteles cerraban. Qué decir de los
sindicalistas, que han asumido siempre que han venido al mundo para ser los
últimos que salen de la fábrica y apagan la luz, los intocables de la casta de
los desvergonzados, los que negociaron para su provecho y en su provecho
dejaron de hacerlo.
El problema no lo tenían los políticos,
ni los funcionarios, ni los militares ni ninguno de los incluidos en la casta
de los intocables. Tampoco lo tenían los banqueros, esos menos que nadie, ni
los fabricantes de armamento, ni los pobres de solemnidad, esos ya lo habían
perdido todo y estaban preparados para sobrevivir en el caos.
Los sindicatos, en medio de este
desbarajuste, y como única medida para justificar su absurda presencia en el
mundo, comenzaron a convocar huelgas y más huelgas que hicieron cerrar más
empresas y llevaron a la miseria a mucha más gente, menos a ellos y a sus
amigos intocables.
El estado a estas alturas pintaba muy
poco, casi tan poco como antes, pero ahora ni siquiera le dejaban hablar. El
poder económico comenzó a temer por su futuro viendo a unos políticos blanditos
que ya no defendían a gritos y palo sus intereses y se empezaron a plantear que
quizás sería mejor financiar un golpe militar y poner a alguien realmente
enérgico al frente del gobierno, de su cortijo particular.
Las calles estaban abarrotadas de
indigentes, no había cárceles suficientes para tanto delincuente, para tanto
muerto de hambre y tenían que reaccionar. Un golpe militar aportaba varias
cualidades interesantes, por un lado permitía movilizar a una ingente cantidad
de individuos para defender el estado, rogando a Dios que haya un contrincante
con quien enfrentarse y provocar una guerra. Si no hay contrincante el negocio
se convierte en gasto, si lo hay es una inversión. La atención del pueblo se
desviará hacia el problema grande “la guerra” olvidándose de ellos y de su
responsabilidad. Se tendrán que abastecer ambos ejércitos y ellos siguen
teniendo la llave del comercio, sí de las armas también. Recogerán interesantes
beneficios de la venta de material y armamento, negociarán el apoyo de otros
países a cada una de las facciones enfrentadas y comenzará el juego.
Un juego que hará desaparecer de la faz
de la tierra a la mitad de los muertos de hambre que serán eliminados, convertirá
en cenizas buena parte de las infraestructuras que habrá posteriormente que
reparar, con sus empresas metidas en el negocio. Justificará la adopción de
medidas extraordinarias para el control de la producción de alimentos,
medicamentos, salvoconductos, transporte, combustible, etc., y de cada una de
ellas cortarán la tajada que les toque. Ellos son pocos y tocaran a mucho,
nosotros éramos muchos y tocamos a nada.
El cambio pedagógico fue mayúsculo. No
tienes que entender nada, no nos importa lo que opines, simplemente haz lo que
se te manda. Me suena al día después de toma de posesión de nuestros magníficos
políticos, aquellos que pasaron a la historia por acabar con todo en menos de
diez años. Los tenéis todos en mente.
El cuerpo de funcionarios salió
fortalecido, había muchos papeles que escribir, sellos que poner y
salvoconductos que firmar. Estaban en la gloria. No eran parias, seguían
recibiendo su salario del fondo común y podían abusar de los muertos de hambre,
cosa que ya hacían al principio del milenio. Esto no iba con ellos, pertenecían
a la casta de los intocables.
Pero sucedió algo que no tenían previsto.
Armaron su potente ejército, lo dotaron del arsenal que requerían para matar
mucho, rápido y bien y el día de inicio de la “limpieza” no había nadie.
La gente había abandonado las ciudades,
los parias, los menesterosos, los muertos de hambre se habían ido. ¿Cómo iban a
rentabilizar las inversiones si no podían matar? No era justo que les hiciesen
esto.
La gente se escondió. Se fueron a las
montañas, vivían de noche y se escondían de día en una operación de resistencia
pasiva que tardó en triunfar pero lo hizo con fuerza.
Robaban, cultivaban, emboscaban y mataban
al flamante ejército de los banqueros. En el grupo de los parias estaban los
trabajadores, artesanos, artistas, escritores, agricultores y ganaderos, lo que
se dice los parias. En el otro bando estaban los que mataban, los que sellaban
y ponían pólizas y los jefes, los banqueros, apoyados por los gobernantes que
cada vez gobernaban menos porque no había a quién gobernar.
La economía de los parias, modesta y
solidaria, permitía la subsistencia sin lujos. La del otro bando estaba
empezando a ser sostenida por los banqueros y eso no les gustaba. No había
quien pagara impuestos, no había tasas que aplicar ni intereses que cobrar y lo
peor de todo, no había otros países a los que salir corriendo con su dinero.
Estaban atrapados.
Un día el banquero más jefe propuso
apretarse el cinturón, o sea que se lo apretaran otros y ante la disyuntiva de
disminuir los que mataban o los que ponían sellos se decidieron por estos
últimos.
Tenía bastante lógica, si no había tasas
que aplicar, multas que tramitar, instancias que rellenar ¿para qué servían?,
pues eso. Les fueron arrancando de sus puestos y quitándoles la paga y
comenzaron otra vez a verse muertos de hambre por la calle y los banqueros
encontraron el modo de rentabilizar su ejército.
Si volvía a haber muertos de hambre en la
calle podrían declarar la guerra y entonces su plan podría ser aplicado.
Los “ponesellos no querían ser carne de
cañón y decidieron imitar a los parias, se fueron a las montañas pero había
derecho de admisión y no fueron bien recibidos. Habían sido ellos los que
miraron para otro lado en su momento, pues ahora que se las arreglaran.
Los banqueros empezaron a matar de lo
lindo, pero habían fabricado más armas de las necesarias por lo que tuvieron
que usarla contra los políticos y luego los militares las usaron contra ellos
mismos y contra los banqueros.
Tras meses y años de explosiones y ruido
un día todo se silenció, los parias de las montañas comenzaron a bajar a los
valles por el día, temerosos de qué fuera una estrategia de los banqueros pero
poco a poco el silencio les fue dando valor para reunirse y en pequeño grupos
acercarse a las ciudades.
Estaban todos muertos, se habían
extinguido los banqueros, los políticos y los militares. Toneladas de chatarra,
cuerpos calcinados, olor a sangre seca, moscas y gusanos era la visión más
magnífica del paraíso jamás soñado.
En una pared escribieron aquí murieron
los guardianes del cemento.
Escrito el 20 de diciembre de 2008... Casi cuatro años después la profecía se cumple punto por punto.
Sólo me queda desearos suerte